La palabra anarquía viene del griego y significa propiamente sin gobierno, estado de un pueblo que se rige sin autoridad constituida, sin núcleo gobernante.
Antes de que tal organización principiase a ser considerada como posible y aceptable por toda una muchedumbre de pensadores, y tomada por bandera de un partido que es actualmente uno de los factores más importantes en la moderna lucha social, la palabra de que hablamos era empleada en el sentido de desorden y confusión, y aun en nuestros días es usada en el mismo sentido por la masa ignorante y por los adversarios que tienen interés en desfigurar la verdad.
No entraremos aquí en disquisiciones filológicas, porque la cuestión no pertenece a la filología, sino a la historia. El sentido vulgar de la palabra no tiene ninguna relación con su sentido verdadero y etimológico, aunque, indudablement, es un derivado hijo del prejuicio de que el gobierno es un órgano necesario de la vida social y que, por tanto, una sociedad sin gobierno sería constantemente presa del desorden y oscilaría entre la prepotencia desenfrenada de unos y la venganza ciega de otros.
La existencia de tal prejuicio y su influencia en el sentido que la mayoría de los hombres han dado a la palabra anarquía, se explica fácilmente.
El hombre, como todos los seres vivos, se adapta o acostumbra a las condiciones en que vive, y transmite por herencia los hábitos adquiridos.
Así, pues, como nace y crece en la servidumbre y es el heredero de una larguísima progenie de esclavos, cuando empieza a pensar cree que la esclavitud es condición esencial de la vida, en tanto que le parece imposible la libertad.
De igual manera casi, el obrero, obligado durante siglos y siglos, y hasta habituado a esperar el trabajo, es decir, el pan de la buena voluntad del patrono, y a ver su vida siempre a merced de los poseedores de la tierra y del capital, ha concluido por creer que el patrono es quien le da de comer, y se pregunta, naturalmente, cómo podría vivir sin el patrono.
Esto es lo mismo que si, a pesar de haber nacido con las piernas atadas, encontrásemos un medio cualquiera de andar y achacásemos la facultad de movernos precisamente a aquellas ligaduras, que no hacían otra cosa que disminuir y paralizar la energía muscular de nuestras piernas.
Ahora bien, si a los efectos naturales de la costumbre se agrega la educación del patrono, del sacerdote, del maestro, etc., interesados en predicar que el gobierno y el patrono son necesarios; si se agrega la presión del juez y del policía, esforzándose siempre en reducir al silencio a los que piensan de otra manera y tratan de propagar su distinta manera de pensar, se comprenderá fácilmente cómo ha podido hacer presa en el cerebro poco cultivado de la masa laboriosa el prejuicio de la utilidad y la necesidad del gobierno y del patrono.
Imaginémonos que, en el supuesto caso de tener ligadas las piernas, un médico nos expone toda una teoría y mil ejemplos hábilmente inventados para convencernos de que con las piernas en libertad no podríamos andar ni vivir: defenderíamos con rabia nuestras ligaduras y tendríamos por enemigo al que tratase de cortarlas.
Por esto, como se cree que el gobierno es necesario y que sin gobierno sólo habría desorden y confusión, es natural, es lógico que la anarquía, que quiere decir ausencia de gobierno, suene a ausencia de orden.
El hecho tiene, por otra parte, su explicación histórica. En el tiempo y en los países en que el pueblo creyó necesario el gobierno de uno solo (monarquía), la palabra república (gobierno de varios) fue siempre empleada en el sentido de desorden y confusión, hasta el extremo de que este sentido aún se conserva vivo en el lenguaje popular de casi todas las naciones.
Modifíquense las opiniones, convénzase a las gentes de que el gobierno no sólo no es necesario, sino que hasta reulta dañoso, y entonces la palabra anarquía, por lo mismo que equivale a ausencia de gobierno, significará para todos orden natural, armonía de los intereses y las necesidades de todos los seres, libertad absoluta en la absoluta solidaridad humana.
Personas hay, sin embargo, que dicen que los anarquistas hemos escogido mal nuestro nombre, toda vez que éste es comprendido de un modo erróneo por la masa y se presta mucho a una interpretación equivocada. El error no depende de la palabra misma, depende de su significación, y de las dificultades con que tropiezan los anarquistas en la propaganda no dependen del nombre que se han dado, sino del hecho de que lo que ese nombre significa va contra todos los prejuicios que tiene el pueblo respecto a las funciones gubernamentales, o como se dice generalmente, del Estado.
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