Un lamento se escucha al apagar la luz. La oscuridad te envuelve y otro lamento se escucha más potente que el anterior. El miedo te ha invadido, el miedo a explorar territorios desconocidos que no puedes ver con tus lentes de indiferencia a la luz del día y que por ese sencillo motivo te parece imposible poder acercarte a su sendero abierto.
Ahora escuchas una voz, te esta llamando y tu te escondes, ¿a qué le temes? ¿A encontrarte con tu realidad? Aunque huyas el genocidio seguirá ahí frente a ti y no puedes negarlo, no puedes negarlo porque existe, es y seguirá siendo aún si cierras los ojos, los oídos, o todos tus sentidos.
Esta bien, si no quieres ingresar no lo hagas, pero entonces elimina
cualquier vínculo a este sendero, no disfraces tu miedo en esa maldita
lástima, esa lástima inducida, esa lástima pútrida cuyos gusanos devoran tu conciencia y te convierten en esclavo.
Mientras te decides, el canto de la sirena ha llegado desde el mar; si has entrado ten cuidado de no traicionarte o no volverás a salir. El canto te aturde y repentinamente la bruja te ha hechizado, bajo su hechizo recorrerás el resto del camino.
Experimentas la agonía, sientes que caes pero el hilo de su voz te
sostiene. Ahora no ves nada, no escuchas nada y el silencio es más
aterrador que el sonido; anhelas escucharla, la escuchas de nuevo, tu piel se eriza y un escalofrío te recorre completamente, has llegado al clímax, te encuentras con la muerte y pasas por ella sin moverte, cruzas el valle de la destrucción y ves tu cuerpo en el extremo, inerte, vacío de ti pero lleno de su voz.
Finalmente y en una última nota has alcanzado la orilla, el viaje ha
terminado, tu realidad se posa frente a ti y la observas ya sin esos
asquerosos lentes. Realmente, apenas has iniciado el viaje.