EL GOBIERNO

Se ha dicho que anarquía significa sociedad sin gobierno.

Mas, ¿es posible, es deseable, es conveniente la supresión del gobierno?

Veámoslo.

La tendencia metafísica (una enfermedad por la cual el hombre, luego de haber separado, por lógico proceso de su ser, sus cualidades, experimenta una alucinación especial que le hace tomar la abstracción resultante por un ser real), la tendencia metafísica, digo, que, a pesar de los golpes de la ciencia positiva, sigue haciendo presa en el cerebro de la mayoría de nuestros contemporáneos, es lo que determina en muchos la concepción del gobierno como un ente moral con ciertos atributos de razón, de justicia, de equidad, que son independientes de las personas encargadas de la función gubernamental. Para estas gentes, el gobierno, o, de un modo más abstracto, el Estado, es el poder social abstracto; es el representante, abstracto también, de los intereses generales; es la expresión del derecho de todos, considerado como límite del derecho de cada uno.

Esta manera de comprender el gobierno, cualquiera que sea su forma, y salvo siempre el principio de autoridad, es defendida por aquellos a quienes interesa, y sobrevive a los errores de todos los partidos que se suceden en el ejercicio del poder.

Para nosotros, el gobierno es el conjunto de los gobernantes: y gobernantes -rey, presidente, ministros, diputados, etc.- son todos los que poseen la facultad de hacer leyes para regular las relaciones de los hombres entre sí y hacer que se cumplan; de decretar y distribuir los impuestos; de obligarnos al servicio militar; de juzgar y castigar a los contraventores de las leyes; de someter a reglas, registrar y sancionar los contratos privados: de monopolizar ciertas ramas de la producción y ciertos servicios públicos, o, si lo desean, todos los servicios y toda la producción; de declarar la guerra o ultimar la paz con los gobiernos de otras naciones; de otorgar o negar franquicias y otra multitud de cosas por el estilo. Gobernantes son, en resumen, todos aquellos que tienen la facultad, en mayor o menor grado, de valerse de la fuerza social, es decir, de la fuerza física, intelectual y económica de todos para obligar a los demás a hacer lo que a ellos les plazca. Y esta facultad constituye, en concepto nuestro, el principio gubernamental, el principio de autoridad.

Mas, ¿cuál es la razón de ser del gobierno? ¿Por qué depositar en varios individuos la libertad y la iniciativa propias? ¿Por qué proporcionarles esa facultad de valerse de la voluntad de cada uno, para que de ella dispongan según les acomode? ¿Están tan excepcionalmente dotados que puedan, con alguna apariencia de razón, reemplazar a la masa y atender todos los intereses de los hombres mejor que pudieran atenderlos ellos mismos? ¿Son infalibles e incorruptibles hasta el extremo de poderles fiar, con alguna prudencia, la suerte de cada uno y la de todos, confiando en su ciencia y en su bondad?

Y aun cuando existen hombres de una bondad y un saber infinitos, y aunque, por una hipótesis que no se ha realizado nunca en la historia, y que a nosotros nos parece de imposible realización, el poder gubernativo fuese encomendado a los más capaces y mejores entre los buenos, ¿añadiría la posesión del gobierno alguna cosa a su potencia benéfica? ¿No la paralizaría y destruiría, más bien, por la necesidad en que están todos los hombres en las esferas del poder de ocuparse de innumerables cosas que no entienden, y sobre todo de emplear la mejor parte de su energía en mantenerse en el poder, contentar a los amigos, tener a raya a los descontentos y someter a los rebeldes?

Y no es esto todo: buenos o malos, sabios o ignorantes, ¿qué son los que gobiernan? ¿Qué es lo que los indica para función tan elevada? ¿Se imponen por sí mismos en virtud del derecho de guerra, de conquista o de revolución? En tal caso, ¿quién garantizará al pueblo que se inspirarán en la utilidad general? Pero, si todo es asunto de usurpación, no resta a los vencidos y a los descontentos otra cosa que la apelación a la fuerza para cambiar la marcha del juego. ¿Son los elegidos entre una cierta clase o partido? En este caso, triunfarán sin duda alguna los intereses y las ideas de aquella clase o de aquel partido, y la voluntad y los intereses de los demás serán sacrificados. ¿Son, en fin, elegidos por sufragio universal? El único criterio, entonces, es el número, el cual no es prueba ni de razón, ni de justicia, ni de capacidad. Los elegidos serán siempre los que mejor sepan engañar a la masa, y la minoría, que puede hallarse constituida por la mitad menos uno, quedará, lo mismo que antes, destinada al sacrificio. Y esto sin contar que la experiencia ha demostrado la imposibilidad de hallar un mecanismo electoral por el que los elegidos sean por lo menos representantes verdaderos de la mayoría.

Ericco Malatesta
La anarquía



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